Los pétalos seguro que no mentirían, bien es cierto que quizá
se tratase de demasiada responsabilidad para una simple margarita, pero al fin
y al cabo cual era su cometido sino el de confirmar este tipo de cosas.
Me quiere, no me quiere…
Por qué de estas dudas, por qué de esta incertidumbre, por
qué incluso de esta consulta floral.
Me quiere, no me quiere…
Se lo habían dicho mil veces, del derecho, del revés,
susurrando, a gritos, incluso de palabra y hasta por escrito.
Me quiere no me quiere…
La tensión crecía y el miedo hizo acto de presencia a medida
que el número de sies se reducía a casi la mínima expresión. Solo le mantenía
un hilo de esperanza el saber que el número de noes también menguaba a la misma
velocidad.
Me quiere, no me quiere…
Apenas dos o tres opciones.
Me quiere, no me quiere…
cerró los ojos no quiso saber de antemano el resultado del
escrutinio.
Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere, me quiere, no
me quiere…
Y entonces todas las dudas desaparecieron.
Sonó el timbre.
Dejo caer la margarita medio desnuda en la cama.
Miro por la mirilla.
Detrás él.
Y entre los dos.
Además de una puerta y una mirilla.
Un ramo
enorme de rosas rojas, perfectamente vestidas, y un lazo alrededor de ellas con
un te quiero.
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