Podría quejarse de que el trabajo no era el de su vida...pero
no le dio la gana.
Podría quejarse de sus canas que ya comenzaban a superar en
número a sus cabellos castaños…pero no le dio la gana.
Podría quejarse de las arrugas de su frente o de sus sienes…pero
no le dio la gana.
Podría quejarse de Juan, de Pedro o de Luis…pero no le dio la
gana
Podría quejarse hasta de los kilos de más que pedían paso a
través del nuevo ojal de su cinturón…pero no le dio la gana.
Podría quejarse de Cupido, de Valentín o hasta de San Dionís…pero
no le dio la gana.
Ya era tarde para quejas.
Ya se había despojado de ellas.
Ya llevaba enfundado el traje de Feliz y sonriente...y estaba
dispuesto a lucirlo y a usarlo
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